La primera clasificación de características comportamentales de las personas la encontramos en la Antigua Grecia con la teoría humoral de Hipócrates, enfocada en la clasificación tipológica de los individuos según su constitución, y la predominancia de alguno de los elementos constitutivos del cuerpo (sangre, bilis negra, bilis amarilla, flema); con éstos pudo formar un sistema de cuatro tipos temperamentales: sanguíneo, melancólico, colérico y flemático (García, 2005). Su teoría se dirigía hacia los primeros estudios psicopatológicos, ya que llegó a la conclusión de que la salud dependía del equilibrio de los humores en el cuerpo, y que las enfermedades procedían de un exceso o un desequilibrio entre éstos.
El médico Claudio Galeno constituyó sus fundamentos y concepciones sobre la enfermedad gracias a los antecedentes forjados por Hipócrates, profundizando en la relación entre los humores y los temperamentos con el objetivo de explicar las diferencias individuales de personalidad y desarrollar tratamientos adecuados para los distintos temperamentos (Freitas, 2013). Esta elaboración permanece vigente en las disciplinas médicas y la filosofía.
Durante este siglo Kant clasificó dichos tipos humorales en dos: emocionalidad y actividad, la base para que W. Wundt (1832-1920) hablara de la fuerza emotiva (facilidad de mantener un estado afectivo estable) y el cambio de actividad (facilidad de permanecer un largo periodo en una misma actividad o tarea) como dos dimensiones constitutivas del temperamento humano.
En este periodo surgió un gran interés por estudiar las características comportamentales humanas y apareció un gran número de teorías de la personalidad. Estos autores edifican las bases de dicho estudio en psicología (Moreno, 1995).